¿Qué es lo primero que viene a nuestra mente cuando pensamos en suicidio?, la respuesta más común incluye una serie de trastornos mentales, desde depresión hasta bipolaridad, algunos lo atribuyen a decepciones amorosas o deudas impagables, pero hay poco conocimiento de los factores intrínsecos que llevan a una persona a tomar tal decisión. Los mitos se encuentran a la orden del día: “Quién se quiere suicidar no avisa”, “Solo las personas con trastornos mentales y débiles se suicidan” y de esa manera se pospone un análisis profundo y un tratamiento como problema de salud pública.
El Ministerio de Salud reportó a julio del 2023, que en el Ecuador, más de 1000 personas mueren al año por heridas autoinflingidas y se calcula que por cada suicidio registrado hay cerca de 20 intentos, cifras que nos llevan a pensar que hay mucho por hacer. Lo que creemos saber del suicidio está lejos de ser la realidad. Lo cierto es que cualquier persona puede sentir, en determinado momento de su vida, que pierde el sentido de la existencia y por tanto recurrir a la muerte como una solución. No necesita como requisito tener comorbilidades psicológicas o psiquiátricas, sino presentar una serie de factores que confluyan y se transformen en un riesgo para la persona.
Desde un enfoque psicosocial, el suicidio se plantea como la expresión de un acto individual gestado en la dinámica de esa persona con el mundo que le rodea, en donde pueden intervenir factores sociales en la construcción y significación del acto, tomándose en consideración los siguientes aspectos: Identificación de señales (advertencias), factores de riesgo y de protección, es decir, que para entender el suicidio habría que analizar estos factores individuales pero también el contexto social y cultural, la interacción del sujeto con su universo (barrio, trabajo, ciudad, país).
En cuanto a la identificación de advertencias, no se trata únicamente de las más visibles, como el cutting, la planeación suicida o las despedidas como: testamentos o cartas a sus seres queridos, que por supuesto son de alto riesgo; sino también evidenciar aquellas que a veces son imperceptibles o hasta normalizadas en nuestro día a día, como por ejemplo un adolescente repitiendo que se va suicidar o que ya no quiere vivir, “a manera de broma”, puesto que las amenazas, gestos y palabras deben ser consideradas como un indicador de malestar, que de no ser tratado a tiempo podría desencadenar en ideación autolítica. De igual forma las expresiones verbales de desesperanza, impotencia, irritabilidad, tristeza, junto con otras alteraciones de la cotidianidad, tales como pérdida de sueño, disminución del apetito, bajo rendimiento académico o laboral y en la mayoría de casos, retraimiento social.
Las advertencias incluyen además de las expresiones verbales y comportamentales, la existencia de artefactos que puedan causar lesiones, finalmente, todo lo relacionado con las ideas de muerte, ya sea por medios escritos, dibujos, publicaciones en línea acerca de la muerte o el suicidio; escuchar música o visitar sitios web relacionados con el tema.
En cuanto a los factores de riesgo, tenemos una amplia gama de escenarios, desde la historia familiar, niñez, adolescencia, patrones de crianza, violencia intrafamiliar y ahora sí, tomar en consideración problemas psicológicos tales como depresión, ansiedad o algún diagnóstico médico o psicológico previo. La presencia de cutting, intentos autolíticos, consumo problemático de drogas y alcohol, cambios bruscos de humor y propensión a la impulsividad al momento de resolver problemas, son señales que también hay que considerarlas..
Finalmente, entendemos los factores de protección como los recursos de personalidad, familiares, económicos, ambientales, sociales, que ayudan a una persona a disminuir la propensión a desarrollar ideación autolítica o en caso de presentarla, tener un soporte adecuado para afrontar situaciones adversas.
Lo que creemos saber del suicidio podría parecer insuficiente y para entenderlo hay que empezar por destruir mitos, cambiar la visión reduccionista del trastorno mental y dejar de cuestionar al sujeto por sus ideas de muerte, tildándolo de “flojo” o “de cristal” y en su lugar, preguntarnos como personas y también como sociedad si respondemos empáticamente a ese amigo/a, pareja, compañero de trabajo o familiar que nos necesita y puede estar sufriendo en silencio.
Una palabra cuenta, el acompañamiento reconforta, pero las acciones concretas salvan vidas.
1 MSP fortalece la Salud Mental Comunitaria e implementa estrategias para prevención del suicidio.
2 Carmona Parra, Jaime A.; Felipe Torbón Hoyos, Juan C. Jaramillo Estrada y Yuliana A. Areiza Sánchez. El suicidio en la adolescencia en la pubertad y la adolescencia. Un abordaje desde la Psicología Social. Medellín: Fondo Editorial Funlam, 2010.